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julio 03, 2010

"Nostalgia"



Una tarde tranquila pensé.
El sol continuaba su camino hacia las montañas mientras lo observaba.
El frío de la brisa invernal cortaba mis mejillas.

Hace casi diez años que no visitaba este lugar.
Recordé mis juegos infantiles en los rincones de aquella casa.
Sonreí feliz.

Caminando entre el polvo y las telarañas.
Con un paso relajado.
Analizando cada esquina y cada cuadro que veía.
Hasta encontrarme con mi viejo balón de fútbol.

Lo tomé.
Comencé a jugar con el.
Una idea se cruzó por mi mente.
Ya estaba ahí de todos modos.

Quince minutos mas tarde ya había cambiado mi ropa y mis zapatillas.
Tomé el balón y caminé hacia la vieja cancha.
Estaba cerca de ahí y conocía una entrada.
Solo esperaba que no la hubiesen cerrado.

Al llegar mi sonrisa desapareció de pronto.
No era necesaria la entrada.
La reja que protegía la cancha practicamente no existía.
Trozos de alambre destrozado ocupaban su lugar.

Por un momento me mantuve quieto.
El balón rodó de mis manos al suelo.
Fue ahí cuando desperté de mi estado.
En una de las orillas aún quedaba parte de la cerca.

Miré alrededor.
Los arcos ya no estaban, no había rastro de ellos.
Trozos de vidrio se podían ver por todos lados.
Sentí pena.

Sin pensarlo pateé el balón.
Rebotó en uno de los paneles de la reja que aún se mantenían en pie.
Volví a patearlo.
Lo hice una tercera vez con mis ojos cerrados.

Por momentos pude verme ahí nuevamente.
Entre mis amigos de infancia.
Corriendo tras la pelota.
Celebrando un gol como si fuera una gran final.

Luego de correr un rato y patear el balón lo suficiente, tomé un respiro.
Me senté en una roca que allí había.
Fue ahí cuando me di cuenta de que era parte de un nuevo "arco".
Al parecer los niños no han dado por perdido el lugar.

Detrás de la cancha aún estaba aquella pequeña colina.
Decidí ver si había cambiado mucho.
Tomé el balón y caminé en su dirección.
Recuerdo que desde ahí podía ver mi casa y muy lejos en todas las direcciones.

Cuando llegué a la cima observé silencioso.
Hacia el norte la ciudad se alzaba.
Además de los nuevos edificios realmente no había cambiado mucho.
Por el este un árido terreno que solía ser un campo de manzanas se mostraba triste.
El oeste conservaba las montañas, pero esta vez cubiertas de casas mas allá de sus antiguas y verdes faldas.

Hacia el sur, mi vieja casa aún podía verse.
Mas allá el río aún corría.
Tras líneas de automóviles paseando por las nuevas carreteras.
El antiguo puente se veía solitario y abandonado, observando con envidia a aquel nuevo pasaje que habían construido para atravesar su caudal.

La nostalgia me envolvió por instantes.
Cerré mis ojos para dejar salir una pequeña y salada gota de uno de ellos.
Fue ahí cuando pude verlo.

Los autos desaparecieron.
Pude ver claramente el río con toda su fuerza.
Un sol brillante cubría el campo de manzanas a mi izquierda.
Pude ver a mis amigos corriendo en él, cada uno con manzanas entre sus brazos.
Mis oidos se contagiaron de aquella magia y pude escuchar sus risas.
Sus voces llamandome a acompañarlos.
Mi alegría se mezcló con otro par de gotas en mis mejillas.
El aire frío había desaparecido.
La euforia dentro de mi era incontenible.

Mis piernas y brazos temblaron.
Levemente quise correr hacia ellos.

El balón rodó de mis brazos al suelo.
Repentinamente abrí mis ojos.

Había vuelto a la realidad.
Las manzanas, las risas, desaparecieron también.
Mi propia risa, mi euforia, sin embargo, no lo hicieron.

Me di cuenta en ese lugar.
Que puedo volver a verlos.
Que puedo visitar cada uno de mis recuerdos.
Revivirlos.

Tan solo cerrando mis ojos.
Y deseándolo con el corazón.